A veces me siento y hago un pare diciéndome que estoy cansada. Claro, habrá gente que diga que está más cansada que yo pero son mi cansancio y mis pensamientos. Esos que todos vivimos de acuerdo a nuestras propias realidades y que sería injusto comparar.
Pensamientos que me llevan a este lugar o a aquel otro. Los que recuerdan miradas. Los que van imaginando lo que hay detrás de las que se ven por ahí: Las del metro, las del que atiende en la cafetería, la del conductor, la de la señora conectada a sus audífonos, la de la niña gritona, la del adolescente tímido. (Porque si algo es cierto, es que la tristeza, el enojo, la resignación, la alegría, la esperanza, y cosas por el estilo, tienen un alto poder de salirse por el iris, bordear la córnea y adornar los párpados).
De los pensamientos pasa uno a la sonrisa, al espasmo o a veces al llanto. El pensamiento se transforma energía y se va yendo por las venas como si de pensamientos solos viviera el hombre.
Andan lloviendo pensamientos. Andan gotereando recuerdos.